01.06.2020

¿Qué mundo queremos para mañana?

No queremos esta normalidad, ésta en la que nos encontrábamos a principios del año 2020, pero entonces ¿qué queremos y podemos empezar a cambiar? ¿Hacia qué dirección deberíamos encaminar nuestros esfuerzos como sociedades?

La pregunta ¿y después de la emergencia qué? fue el hilo conductor que nos llevó desde el proyecto a sostener varias discusiones necesarias en términos sociales, económicos, políticos y ambientales. La “nueva normalidad”, nombre que la sociedad y los gobiernos están empleando para denominar a la etapa poscovid-19, requiere que reparemos en las causas que orillaron a todo el planeta a esta situación y, de esta manera, dejar de pensar en un mero retorno a la normalidad. Se trata de rediseñar las estructuras económicas y ambientales que favorecen las crisis recurrentes. Es más que buscar una nueva normalidad cualquiera, se trata de transformar la sociedad.

Para el quinto wébinar de esta serie organizada por el Proyecto de Transformación Social-Ecológica en América Latina, titulado Pensando en las alternativas que queremos, buscamos reflexionar en torno a tres sectores/ámbitos fundamentales de nuestras sociedades: el sector alimentario, el sector energético y los patrones de consumo. Para esta sesión participaron tres miembros de la Red Regional por la Transformación Social-Ecológica: Santiago Sarandón, profesor de la Cátedra de Agroecología de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la Universidad Nacional de la Plata, presidente de Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA); Pablo Bertinat, Magister en sistemas Ambientales Humanos y Director del Observatorio de Energía Sustentable de la Universidad Tecnológica Nacional, Facultad Regional Rosario; y Vivianne Ventura-Dias, investigadora independiente, quien cuenta con un PhD por la Universidad de California, Berkeley y fue directora de la División de Comercio Internacional e Integración de la CEPAL.  La moderación estuvo a cargo de Mariana Blanco, Coordinadora de Programas del Proyecto FES Transformación.

La pandemia nos revela cuáles son las actividades esenciales: la agricultura es una de ellas

Para iniciar Santiago Sarandón abrió con la pregunta ¿de qué manera se manifiestan los problemas del modelo de producción y distribución de alimentos en el contexto de la emergencia sanitaria actual? Esta pandemia puso en cuestión los cimientos de un modelo de desarrollo y estilo de vida, y habrá que pensar que después de esta emergencia el mundo ya no podrá o deberá ser el de antes, tenemos que aprovechar la oportunidad de replantearnos los errores cometidos. En el ámbito de la producción y distribución de alimentos, en primer lugar, nos hizo valorar las actividades esenciales, aquellas que normalmente no se perciben como tal, entre ellas la agricultura para los mercados domésticos, una de las pocas actividades que no paró en ningún lugar del mundo. Al mismo tiempo mostró que el sistema agroalimentario actual es sumamente vulnerable.

Para ello Santiago puntualizó que existen varios modelos de producción de alimentos. Por un lado se encuentra la agricultura moderna-industrial: altamente dependiente de insumos básicos como las semillas, fertilizantes y pesticidas, y también de la tecnología y de conocimientos patentados. Es al mismo tiempo depredadora de recursos como agua, biodiversidad, energía, nutrientes y suelos. Se ha visto, por ejemplo, en Argentina, que la producción intensiva de la soja para exportación, ha destrozado los suelos en un lapso de 20 años. Es un modelo que produce grandes monocultivos para la generación de dinero y, además, no está enfocado en la alimentación de los pueblos que la siembran, provocando la separación entre el consumo de los agricultores y la producción que se destina a regiones remotas del mundo. Como dicen algunos movimientos campesinos, este tipo de modelo promueve un campo sin campesinos, incentivando la migración hacia las ciudades. En una emergencia como la que vivimos este modelo ha demostrado ser vulnerable en diferentes flancos.

Frente a este modelo Santiago nos increpa ¿qué tipo de modelo de producción y distribución de alimentos requiere América Latina para alcanzar una soberanía/seguridad alimentaria? Él propone a la agroecología como un modelo posible y una alternativa. Un modelo agroecológico busca la  soberanía alimentaria, es decir que cada país decida qué producir y cómo producirlo, junto con una soberanía tecnológica, lo que baja la dependencia de los insumos externos. Busca además el diseño de sistemas basados en procesos ecológicos, recuperando el uso de semillas adaptadas a cada territorio y una mayor biodiversidad, desincentivando el monocultivo como única opción. Se recuperan además los conocimientos locales, pero también se busca la cercanía entre la producción y el consumo, se enfoca en la soberanía alimentaria como prioridad, lo cual reduce las distancias y los costos de transporte. Dado que se enfoca en la alimentación y no en la producción para obtener divisas, mejora la calidad de los alimentos para la salud humana.

Ahora bien, frente a los desafíos actuales ¿qué cambios estratégicos podrían implementar los gobiernos a partir de la crisis actual para transformar el modelo? Para empezar, menciona Santiago, hay que tener en cuenta que estamos hablando de un cambio profundo, es un cambio de paradigma, no únicamente un problema tecnológico, y toma tiempo. Ahora bien, se necesita fomentar una agricultura con campesinos, una agricultura familiar, y para ello es necesario replantear las instituciones, pasar del extensionismo y difusionismo en donde se “lleva” el conocimiento desde el gobierno a los campesinos, y transitar hacia un diálogo de saberes. También es crucial modificar los sistemas de producción de conocimiento, incluir el principio precautorio en la toma de decisiones, y modificar los enfoques y métodos de las ciencias agropecuarias.

Finalmente, Santiago Sarandón asume que existen muchas dudas para el cambio, que una característica de los seres humanos es el miedo, pero hay que entender que si bien cambiar tiene sus costos, no hacerlo también los tiene (y suelen ser mayores). La emergencia provocada por el covid-19 ha demostrado que los gobiernos y las sociedades pueden tomar medidas extraordinarias cuando la amenaza es evidente y clara, por ello debemos resaltar hoy más que nunca que “esto no da para más”.

En tiempos de emergencia tienden a agudizarse las brechas en el acceso a la energía

Por su parte y como segunda intervención Pablo Bertinat abordó las relaciones de los sistemas energéticos con la pandemia. ¿Qué alteraciones se han observado en estos sistemas de cada a la emergencia sanitaria? A diferencia de otros sectores económicos o sociales, el consumo energético en general ha presentado pocas variaciones. El consumo de los combustibles ha descendido en un 30%, sin embargo esta situación la podemos considerar como temporal. El transporte y su consumo energético también tuvieron un descenso considerable.

Sin embargo, no hay que dejar de considerar que el sistema energético actual sigue siendo un sistema fósil, concentrado y centralizado, lo que fomenta la persistencia de las desigualdades y de la pobreza energética en América Latina. Con el curso de la pandemia se puede observar una mayor inequidad en el acceso a la energía.

Frente a este modelo actual se pregunta ¿qué ejes se pueden transformar en el sistema energético? Menciona Pablo que para pensar el tema de la pandemia hay que abordarlo desde un marco más amplio si se quiere dar cuenta de su carácter multidimensional. Debemos dejar de abordar el problema de la energía como un problema técnico.  Es fundamental  reducir el nivel de complejidad y derroche de las sociedades y de los sistemas urbanos, ya que de ahí surge el exceso de demanda energética de las sociedades. Para ello es crucial que los Estados intervengan para impulsar formas de vida más responsables con el uso de los recursos, en especial los energéticos. Algunos ejes críticos para pensar la transformación de los sistemas energéticos tienen que ver con desfosilizar, desmercantilizar, desprivatizar, desconcentrar, descentralizar y democratizar.

En este sentido, ¿cuáles serían los desafíos para los países latinoamericanos? Para empezar y como tema urgente se tiene que atender la pobreza energética y comenzar una redistribución de la energía. Al mismo tiempo hay que impulsar el cambio en la normativa y la legislación energética, hoy tan basada en un esquema pro mercado que fomenta la privatización y la concentración de beneficios. Se trata de promover más bien el derecho a la energía. Hay que comenzar a transitar por un camino que nos lleve a abandonar los combustibles fósiles. Alerta Pablo Bertinat que existen varias formas de recuperar la energía como un sistema público, no necesariamente se tiene que pensar en lo estatal. También se puede y debería impulsar sistemas democráticos de gestión comunitaria,  concebidos como un bien público. En el fondo se trata ampliar los sistemas de gestión.

Finalmente, Pablo nos invita a rediscutir los circuitos de circulación de las bienes, repensar en la desglobalización y la ruptura con las cadenas globales de suministro para localizar la producción. Pensar nuevamente que es posible vivir con lo nuestro. Es un llamado a no regresar a la vieja normalidad.

La transformación de las formas de consumo requiere algo más que ajustes coyunturales

Vivianne Ventura-Dias, realizó la tercera y última presentación del panel.  Partió señalando cómo se ha visto modificado el consumo en nuestros países a partir de la emergencia sanitaria. La imposición de las medidas de distanciamiento social y el cierre de espacios públicos -escuelas, universidades, teatros, cines, museos, restaurantes, entre otros- junto con la cancelación de los vuelos y cualquier tipo de evento o reuniones, ocasionó una reducción drástica de los desplazamientos. Esta paralización está repercutiendo en el consumo; la población lo restringe a los bienes esenciales como alimentos y productos de higiene.

La expositora se cuestiona ¿cómo entender el consumo dentro de este contexto tan incierto? Para ello habrá que distinguir entre el consumo individual y el consumo agregado. El consumidor individual es la parte final en la cadena y posee una responsabilidad en la construcción de valores colectivos. Aquí podríamos hablar, en términos de lo deseable, de un consumidor responsable o consciente que manifiesta un compromiso personal hacia el consumo de alimentos que se producen en forma sustentable, como también podría mostrar un compromiso hacia la transición energética. El consumir no es una actitud neutra, expresa una forma de mirar al mundo e insertarse en él. Pero, además, en nuestras sociedades el consumo ocupa ahora un papel protagónico: representa el principal acto de identidad cultural. Cuando hablamos de un consumo sostenible tendríamos que considerar también y esencialmente los efectos del consumo colectivo, lo que obliga a pensar en la interrelación consumo-producción en términos sistémicos.  

Es importante tener en cuenta que para promover cambios en el consumo hay que considerar las desigualdades, no solo al interior de las comunidades, también a escala global, en las diferencias entre regiones y entre países. Por ejemplo, los países más ricos representan un 20% de la población mundial y consumen el 80% de los recursos naturales y energía en el planeta. Es por ello que para pensar en una transformación del consumo hay que recordar el principio del derecho internacional que alude a responsabilidades comunes pero diferenciadas.

En cuanto a los cambios específicos sobre el consumo que ha traído la pandemia, la demanda de bienes y servicios se contrajo más que durante la crisis de 2008, excepto en los productos alimenticios y de entretenimiento doméstico. Las consecuencias en el empleo por la baja del consumo son también catastróficas. Por ejemplo, debido a la destrucción masiva de empleos en Brasil en un contexto en el que prevalece el empleo precario, 50 millones de personas fueron consideradas elegibles para el auxilio de emergencia y así recibir 100 dólares durante tres meses.

Destaca Vivianne que algunos de los cambios y tendencias que se observaron durante este periodo van a permanecer; por ejemplo, el consumo relacionado con la comunicación virtual: el teletrabajo, las teleconferencias, la enseñanza a distancia y las compras en línea. Este último rubro afectará negativamente el comercio local y a los pequeños negocios, y como una consecuencia siniestra aumentará las ganancias y el poder de las grandes plataformas como Amazon. Respecto a la disminución de las emisiones, si bien hubo una tendencia general a la baja, no fue algo significativo, lo cual da pie para afirmar que el cambio tiene que ser estructural y, para comenzar, se debe transitar hacia una matriz energética desfosilizada. Asimismo, la disminución del uso del automóvil  fue notable dadas las restricciones de circulación; sin embargo, una vez que se retiren las prohibiciones más drásticas, es muy probable que el deseo de evitar los riesgos de contagio, desincentive aún más el uso del transporte público. Esto a la larga podría aumentar la propensión de uso del auto privado.  

Por otra parte, la experiencia del confinamiento en departamentos en las grandes ciudades ha desatado la inquietud de buscar casas fuera de las grandes urbes, por supuesto, para los que pueden plantearse una opción de esa índole. También el miedo al contagio afectará los eventos de concurrencia masiva, como los grandes espectáculos de entretenimiento. En suma, se pueden mencionar otros impactos de la emergencia en el consumo y en las relaciones sociales, pero sin duda una de las mayores secuelas es el aumento de la pobreza y de la desigualdad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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