El paradigma adaptativo de la “resiliencia” está a punto de convertirse en una contrapropuesta a los enfoques transformativos.
En tiempos de desilusión política y retos complejos que frecuentemente nos dejan sin palabras y con la sensación de impotencia, la “resiliencia” se dispone a convertirse en el concepto central para la superación de las crisis. Así, la tarea política de restablecer el equilibrio del mundo, queda relevada por un paradigma cuyo objetivo es encontrar modos de disponerse para enfrentar las circunstancias imprevisibles de ese mundo en proceso de descomposición y aprender a vivir con ellas. Hasta personajes como Dennis Meadows quien ha sido uno de los pioneros en el movimiento de la sustentabilidad, hoy, 44 años después de la publicación de su libro “Los Límites del Crecimiento”, describe un futuro negro. Según Meadows, una buena parte de las crisis está tan avanzada en el proceso de desarrollo, que hoy en día el enfoque debería estar en una política pragmática de firmeza en situaciones de crisis, más que en una de sustentabilidad orientada al futuro, la que en los últimos años siempre salió perdiendo en el ajetreo cotidiano del negocio político. Esto, dice Meadows, corresponde además al espíritu de la época global. Parece que el mundo que nos rodea ahora está “sin seguro” y la doble promesa de la modernidad que basa las expectativas de seguridad en un mejor control de los riesgos y el progreso social e individual, se ha convertido en algo muy frágil. Aquí se suman los diferentes fenómenos para formar un modo de crisis permanente en el cual ya no se ordenan ni se diferencian las cosas, en el cual apenas se perciben avances o desarrollo y, sin embargo, siempre se esperan éxitos y golpes de liberación, aun cuando la confianza en la política es muy baja. Las reacciones son diversas: Algunos extrañan el atractivo de las posiciones claras y construyen nuevos esquemas amigo-enemigo que polarizan y supuestamente ofrecen orientación en un mundo complejo. Para otros, la alta densidad de crisis es motivo para afirmar que, en general, se ha perdido la capacidad colectiva de respuesta eficiente generadora de cambios. La política, comentada en la mayoría de los casos de manera cínica, máximo puede moderar o reprimir los problemas.
Es cierto que en vista de las crisis actuales la política (de crisis) se encuentra en un dilema: En el afán de demostrar su capacidad de ejercer control político frecuentemente se mete en situaciones en las que estaría indicado calibrar y pensar en alternativas, muchas veces con una presión enorme de actuar. Para demostrar firmeza y lograr “éxitos rápidos” en tiempos acelerados, a menudo se sirve de soluciones autoritarias del arsenal de la política de seguridad que apuestan por la autoprotección y la defensa contra peligros y prometen restablecer de inmediato el statu quo. Un caso muy distinto son las crisis “sin incidentes” (en apariencia) que frecuentemente no provocan un cambio del curso político, a pesar de que hayan sido bien investigadas y demostradas y se conozcan las consecuencias –como en el caso de las crisis ecológicas– e incluso ya se manifiesten efectos (“acontecimientos”) masivos en sitios concretos. Las irritaciones en la sociedad todavía son demasiado leves y los efectos aún no son suficientemente agudos y llamativos como para abandonar los caminos políticos acostumbrados. La llamada crisis migratoria es un buen ejemplo de cómo, desde la perspectiva alemana, una crisis que existe desde hace mucho tiempo sin afectar a Alemania de manera inmediata, se ha convertido en un agudo reto al que ahora se pretende atribuir nuevamente el estatus de una crisis sin incidentes.
Siempre había un manejo de crisis a corto plazo, sin embargo, casi parece que en los últimos años nos hubiéramos acostumbrado a las crisis. El hecho de que la “resiliencia” se convierte en un concepto cada vez más significativo, es un indicio de ello. Su carrera es notable: Desde la ciencia de los materiales, pasando por la psicología infantil y la conservación de los ecosistemas, hasta numerosos campos políticos como la infraestructura y el desarrollo urbano, nuevas estrategias de guerra, y la política de desarrollo. Hoy en día, entre los grandes proyectos de política de desarrollo son muy escasos aquellos que no hacen referencia a la resiliencia. Como todos los conceptos amplios, es glamoroso en su significado y en cada contexto se entiende de una manera diferente. En esto radica parte de su atractivo y al mismo tiempo parte del problema. Desde el punto de vista etimológico “resiliencia” significa “volver a saltar”: en la física de materiales se usa este término para describir un material que se ha deformado después de haber recibido un golpe y después ha regresado a su forma original. En relación con enfoques políticos se refiere a una resistencia flexible de sociedades (parciales) e individuos contra las crisis y a la pregunta de cuántas habilidades y procesos tienen que desarrollar para poder manejar situaciones de estrés y alteración.
Sin duda existen, en vista del hecho de que hay cada vez más personas expuestas a crisis y catástrofes agudas, buenos motivos para darle más importancia a la cuestión de la adaptación. El pragmatismo de los conceptos de resiliencia también toma en serio a los fenómenos y sentimientos de crisis llamando la atención a las capacidades y recursos para la superación de problemas. Sin embargo, el uso del término “resiliencia” en los más diversos contextos, sugiere un tipo de estrategia universal para el manejo de crisis, un cambio de perspectiva con un alcance demasiado corto y que implica una cantidad de problemas. El mensaje central es que nos tenemos que acostumbrar y adaptar a las crisis y que en el antropoceno es nuestra tarea prioritaria manejar el caos que nosotros mismos hemos causado. Son las (futuras) crisis las que dominan nuestro pensamiento y no la idea de un futuro mejor. La resiliencia es una programación que surgió de necesidad. Nos preparamos para el estado de emergencia en vez de ponernos en marcha para remediar las causas. “Transformation by disaster”, no “by design”, es el lema. Cuando se trataba de la sustentabilidad la cosa era diferente. Mientras la agenda de la sustentabilidad al menos intenta(ba) formular qué es lo que se tiene que cambiar, representando de esta manera un tipo de optimismo progresista, la resiliencia tiene un fondo conservador. No exige nada y no ofrece soluciones. Aunque el enfoque está en aprender a manejar las crisis, pero únicamente dentro del sistema existente que de esta manera se conserva y fortalece. En última instancia los conceptos de la resiliencia no abordan específicamente la resistencia de los individuos que en muchos casos requeriría un cambio fundamental a nivel económico y social. Lo que suena llamativo sí es de importancia en la práctica política. En primer lugar, la resiliencia siempre es cuestión de qué tanto más aguantan o tienen que aguantar las personas antes de optar por formas más extremas de adaptación como refugiarse o migrar. Con demasiada facilidad registramos las adaptaciones forzadas –en muchos casos ya no aceptables– a nuevas condiciones de vida como resiliencia, sin reconocer que ya no se trata de vivir sino de sobrevivir. Además, en muchos debates sobre la resiliencia no se tocan los temas del poder y de los intereses. Pero, la resiliencia tampoco tiene una razón neutral.
Si miramos las relaciones sociales concretas queda claro que la resiliencia sí debe responder a preguntas normativas: ¿Nos preocupamos por la resistencia a las crisis de quién y por qué? ¿Una mayor resiliencia del uno lleva a una mayor vulnerabilidad del otro?, y ¿realmente debe ser nuestro objetivo que ciertos sistemas, como estructuras autoritarias o industrias fosilizadas, sean más resistentes? En el amplio uso del paradigma adaptativo la resiliencia está a punto de convertirse en una contrapropuesta a los enfoques transformativos como aquellos en los que se basa la Agenda 2030 para el desarrollo sustentable o el contrato social para una gran transformación del comité consultivo científico del gobierno federal alemán para cuestiones globales del medioambiente. Esto no tiene que ser así. Sin duda, es necesario prepararse mejor para situaciones de crisis, sin embargo, no es suficiente limitarse a reaccionar. Se necesitan alternativas claras que incluyan la política de resistencia a las crisis, para poder indicar a las sociedades exhaustas, que se encuentran en modo de crisis, una oportunidad para lograr un cambio. En un sentido más estricto, esto significa que con unos conceptos de adaptación bien enfocados se puede ganar tiempo para idear la fase de transición y el cambio a formas de economía y sociedad que actúan en contra de las causas de las crisis. Tomar la resiliencia en serio, en un sentido más amplio, para que se conserven los sistemas vitales para los seres humanos, significa en muchos casos cuestionar, reformar y controlar también a los sistemas que se han generado a lo largo del tiempo, como por ejemplo los mercados financieros internacionales o las estructuras de poder como las empresas transnacionales. Si no, los tentempiés sociales e individuales pronto se quedarán sin aliento porque el intervalo entre adaptación y agudización de crisis va a ser cada vez más corto.
De: Jochen Steinhilber Este artículo fue publicado el 11.04.2016 en alemán en la revista IPG Internationale Politik und Gesellschaft Traducción: Silke Trienke Jochen Steinhilber, Berlín
Desde el año 2010, Jochen Steinhilber es el Director del Departamento de Política y Desarrollo Global de la Friedrich-Ebert-Stiftung en Berlín y el contacto para preguntas fundamentales sobre la Política de Desarrollo. Como politólogo se dedica desde hace muchos años a los temas de la Gobernanza Mundial y de la Globalización. De 2007 a 2010 dirigió la oficina de la Friedrich-Ebert-Stiftung en Sao Paolo y trabajó como referente del proyecto Dialogue on Globalization en la oficina central en Berlín.
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