02.09.2020

¿Cómo impulsar la transformación hacia una agricultura sustentable en México?

Con el objetivo de reflexionar sobre los retos y oportunidades para articular políticas públicas que permitan la transición hacia un modelo de agricultura sustentable en México, de la mano de un esquema de producción orientado a la soberanía alimentaria y que pueda considerar el trabajo digno, el acceso de alimentos sanos, nutritivos y producidos de manera ecológica, el Proyecto Regional Transformación Social-Ecológica en América Latina llevó a cabo la tercera edición de los seminarios web Diálogos por la Transformación.

Con el título “Políticas para una agricultura sustentable”, el pasado 12 de agosto se socializaron las experiencias de José L. Chicoma, Director General de Ethos Laboratorio de Políticas Públicas; Antonio Carrillo, de la Asociación Civil Estampa Verde y Lula D. Cervantes de la Central Campesina Cardenista, quienes de manera conjunta con la moderación a cargo de Mariana Blanco, construyeron un panorama sobre las dificultades actuales a las que se enfrentan las prácticas agroecológicas en el territorio mexicano, y los retos que representan para las políticas públicas del país.

La agricultura ecológica: un proceso de transición con una visión sistémica

En su intervención José L. Chicoma, brindó el contexto histórico en donde la Revolución Verde, a partir de la segunda mitad del siglo XX, fomentó la agricultura intensiva y el rendimiento de cultivos específicos para producir alimentos basados en generar calorías a una población que ascendía a 2 mil 500 millones de personas.

Para 2020 la población se ha triplicado hasta alcanzar los 7 mil 700 millones de habitantes en el mundo. Los efectos de la revolución verde han sido contradictorios. De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), 690 millones de personas sufren de hambre, 3 mil millones no pueden acceder a una dieta saludable y 2 mil millones padecen inseguridad alimentaria grave o moderada.

Explicó que las dietas actuales son muy limitadas al concentrar el 60% de la energía calórica en alimentos como la papa, el arroz, el trigo y el maíz, al mismo tiempo que el 95% de la dieta a nivel mundial es proporcionada por tan sólo por 30 cultivos.

A ello, se suma que los modelos de agricultura han deteriorado los ecosistemas del planeta a través de: la degradación de la tierra, contaminación del agua, reducción de la biodiversidad, y la generación de entre 19 a 29 % de los gases de efecto invernadero (GEI). Además los altos costos derivados de la agricultura intensiva ponen en desventaja competitiva a pequeños agricultores que no pueden adquirir insumos químicos ni maquinaria para sus labores.

El surgimiento de cultivos genéticamente modificados, también ha sido un tema sensible en la agenda de la agricultura, ya que se ha generado mayor dependencia a las semillas y los agroquímicos. A nivel legislativo, los transgénicos están asociados a la contaminación de cultivos nativos, problemas de propiedad intelectual, concentración de patentes y el uso de herbicidas.

Para contrarrestar estos efectos, Chicoma refirió que la agroecología y otras prácticas de agricultura sostenible se promueven como una alternativa incluyente y sustentable, que necesita de una política nacional articulada mediante la inclusión sistémica no sólo del sector agrícola sino de otros sectores,  explica que “el rediseño de los sistemas agrícolas con principios ecológicos, es un cambio que involucra al campo, a los productores y a las comunidades de una manera muy decidida para hacer una transformación”.

Destaca la importancia de una visión sistémica que implicaría establecer conexiones entre productores y consumidores con redes alternativas para reconstruir sistemas alimentarios globales, saludables y justos: “tener una visión sistémica de la alimentación que no trate a la agricultura, a la nutrición, a la educación por separado, sino que todo esté junto”, precisó.

En paralelo a la transición hacia sistemas agroecológicos, Chicoma también expresó la importancia desde el sector educativo, donde la formación académica universitaria pueda socializar las herramientas derivadas de la agricultura intensiva, los aprendizajes vinculados a la agroecología y los conocimientos de los agricultores para fortalecer los procesos de producción en las comunidades.

¿Qué tipo de agropaisajes queremos?

Antonio Carrillo, planteó el tema de los agropaisajes que queremos en el país a partir de dimensionar los riesgos actuales que implican el deterioro de los ecosistemas y la degradación de suelos, la crisis alimentaria y climática, frente a las posibilidades de gobernanza en el ámbito de los agropaisajes y a la forma en la que se están tomando decisiones desde los territorios, destacando la complejidad inherente a la heterogeneidad de las comunidades, las regiones y los contextos.

Sugiere un enfoque de políticas públicas desde un marco nacional direccionado hacia acciones particulares, al compartir su experiencia en donde gobierno, sociedad civil, academia, y ciudadanía se reunieron para generar una transición agroecológica desde un ejercicio de gobierno abierto en el estado de Veracruz, en la cual se identificaron barreras como por ejemplo, los costos de establecimiento para los sistemas agroecológicos.

Carrillo explicó que la mayoría de los agropaisajes están bajo un proceso de degradación acelerado y es necesario regenerarlos, pues pequeños y grandes productores, comparten los mismos desafíos para detener la erosión, mejorar la infiltración de agua, limpiar los suelos y las aguas de la acumulación de agroquímicos tóxicos, aunado a los costos en tiempo, dinero y esfuerzo que esto representa.

El uso de fertilizantes y plaguicidas en la agricultura convencional es “un modelo más similar a la minería que, en sí, a la agricultura” más orientado a un mercado global de commodities que a la producción de alimentos nutritivos para las personas, subrayó.

Ejemplificó también que el proceso de transición agroecológica es como levantar un edificio caído desde sus cimientos, la microbiología de los suelos, el contenido de nutrientes, más el riesgo por el cambio climático que en Veracruz ha acelerado los procesos de erosión a partir de eventos extremos de precipitación pluvial, aunado a las prácticas de arado excesivo en la región, hacen de todo el proceso de transición hacia la agroecología una tarea sumamente compleja.

Refiriéndose a las políticas públicas sugiere la creación de bienes públicos como bancos de semillas, transferencia de tecnologías y herramientas apropiadas para los diferentes contextos de los pequeños y grandes agricultores, y así facilitar las prácticas agroecológicas a través de seguimiento y acompañamiento técnico.

Destacó también que las políticas públicas mantengan presente métricas “que le hagan justicia a la transición agroecológica”, no sólo económicas, sino también ambientales aplicadas al contexto social como la pérdida de suelo, aprovechamiento de la energía fotosintética, reparación de microbiología de los suelos, biodiversidad y emisiones de GEI.

Finalmente, manifestó que es necesario pasar de un sistema altamente dependiente en petróleo y agroquímicos, a un sistema muy rico en información y en conocimiento, aterrizado al contexto de las comunidades, destacando dos herramientas: la escala de permanencia de Keyline de P.A. Yeomans y el manejo holístico de Alan Savory, como metodologías para el ordenamiento territorial en los agropaisajes.

Agricultura familiar y revalorización del papel de la mujer en la producción alimentaria

Ante los devastadores efectos de pandemia por Covid 19 en México y el mundo, Lula D. Cervantes encuentra que una de las oportunidades de transformación social y ecológica que ha surgido de la emergencia sanitaria, versa en los hábitos alimenticios y en la procedencia de los alimentos que se vinculan con procesos de economía local dentro de cadenas cortas agroalimentarias.

En su intervención, destacó que, de acuerdo al Plan Estatal de Desarrollo en Oaxaca, el perfil laboral de las mujeres está mayormente sujeto a actividades de traspatio no remuneradas, pero que aportan a la economía del hogar no propiamente a través de dinero, sino mediante el ahorro que se genera al producir alimentos sin salir a comprarlos.

Para visibilizar la importancia de la agricultura familiar y revalorizar el papel que tienen las mujeres en la producción de alimentos, desde 2012 ha trabajado en Mujeres Productoras de Traspatio Oaxaqueño, una iniciativa que busca validar el derecho a una alimentación con una perspectiva más local y plural.

Desde ahí se han articulado procesos de vinculación comunitaria mediante buenas prácticas agroecológicas, como producción de insecticidas y fungicidas naturales, huertos verticales y depósitos para el almacenamiento de agua de lluvia, entre otras, para la conformación e integración en sociedades de producción rural.

Así es como se ha generado una red de consumo solidario que lleva a buscar alternativas de comercialización, pues ante la crisis actual, “ha existido una gran respuesta de la gente que está preocupada por saber de dónde vienen sus alimentos y si están producidos de una manera agroecológica”.

Otro tema relevante desde el trabajo de territorio de Lula, está relacionado al maíz criollo en Oaxaca, estado que es centro de origen y diversificación del maíz, pero que resulta deficitario en más de 120 mil toneladas, ya que 9 de cada 10 son pequeños productores que requieren de transferencia de tecnología para la producción agroecológica de maíces nativos.

Como referente a una buena práctica de agricultura sustentable, brindó el ejemplo de una tortillería de maíces criollos que, además de ser un negocio incluyente, representa una alternativa para incentivar a que las y los productoras/es siembren maíces criollos y, de esta manera, se brinde a los consumidores un alimento de calidad que permita pagar un precio justo a todas las personas que intervienen en este proceso.

Para poder llevarse a cabo, relató que desde el año 2012 se generaron capacitaciones para abordar las problemáticas y adversidades dentro de ese esquema productivo, como suelos pobres y erosionados, eventos climáticos adversos, el bajo nivel tecnológico, bajos niveles de rendimiento, baja o nula rentabilidad y abandono de cultivos.

Además, destacó que el panorama de los maíces criollos tiene un menor rendimiento frente a los maíces híbridos que son la base del mercado de la tortilla y las botanas, para lo cual se realizan evaluaciones de maíces criollos con potencial de reunir los elementos ideales e incursionar en la producción de tortillas y en la industria de alimentos nutracéuticos, mediante prácticas de agricultura sustentable.

Finalmente, destacó que ubicar estas acciones en un contexto integral, permite impulsar políticas públicas desde diferentes ámbitos, como ejemplo la ley recientemente aprobada en Oaxaca que prohíbe la venta de alimentos chatarras a menores de edad, entendida como un avance dentro de un momento crucial para para tomar consciencia sobre cada una de las partes que integran una cadena productiva.

Contexto mexicano y otros desafíos satelitales dentro de la agricultura sustentable

Durante el panel abierto a preguntas y respuestas, se abordaron temas como el etiquetado de alimentos, los certificados agroecológicos, los retos que enfrentan las generaciones jóvenes con interés en el sector agropecuario y los procesos organizativos comunitarios.

De acuerdo a José L. Chicoma, México tienen una larga tradición en la defensa del campo y en los movimientos desde la sociedad civil, donde se han impulsado políticas como el impuesto a las bebidas azucaradas y recientemente el etiquetado de alimentos; ésta última, como una de las grandes medidas para contrarrestar el efecto de consumo de productos procesados que han generado epidemias como la obesidad y la diabetes.

Destacó que México, siendo un país estratégico para la industria de ultra procesados, se convirtiera en el 4to país después de Chile, Perú y Uruguay, en conseguir el etiquetado de alimentos “es un hito mundial”. Así mismo refirió la pertinencia de generar certificaciones participativas comunitarias con procesos mucho más simplificados, pues las certificaciones desde la agricultura orgánica terminan por favorecer a pocos productores y a representar una alternativa alimentaria para una élite.

Para Antonio Carrillo, las actividades agropecuarias son poco atractivas para las nuevas generaciones, al no contar con políticas públicas orientadas para ese relevo generacional. Así mismo apunta que programas nacionales como Sembrando Vida, tienen fundamentos apropiados más no están generando los bienes públicos ni los resultados que se proponía desde su marco conceptual, pues no están considerando la biodiversidad nativa, específicamente desde el ámbito forestal.

Por su parte, Lula D. Cervantes explicó que los procesos organizativos en Traspatio Oaxaqueño, se fueron construyendo a través de asambleas voluntarias mediante un trabajo participativo e integral comunitario, que ha resultado en narrativas que ejemplifican las buenas prácticas de modelos de agricultura sustentable.

Frente a esa realidad, comparte una frase de Eduardo Galeano: “son cosas chiquitas, no acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo…pero quizá desencadenan la alegría de hacer y la traduzcan en actos y al fin y al cabo actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito.

Es la única manera de probar que la realidad es transformable”.

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