Concentración de capital y peores ingresos: la necesidad de nuevas relaciones laborales en América Latina
La presentación exploró la aparente disyuntiva entre mantenerse empleado o mantenerse sano frente a la pandemia ocasionada por COVID-19. La moderación del webinario estuvo a cargo de Mariel Navarro, Coordinadora de Eventos del Proyecto FES Transformación.
Frente a la incertidumbre que nos plantea el escenario actual—no sólo en términos laborales y económicos, sino en términos sociales y sanitarios—Alicia Puyana propone una revisión a las grandes teorías económicas clásicas, neoclásicas y neoliberales, cuyas suposiciones han generado un círculo vicioso entre capital y trabajo. Desde su perspectiva, la exploración de estos grandes paradigmas arrojan luces hacia qué debe cambiar en el sistema económico y relaciones laborales, y por qué estos cambios son particularmente urgentes en el contexto latinoamericano, altamente dependiente de dos grandes economías mundiales: Estados Unidos y China.
Repensar los clásicos y el origen de la precariedad
Las raíces del deterioro de las relaciones laborales pueden ubicarse en las contradicciones propias de las teorías económicas que han sustentado los planes de desarrollo en América Latina, particularmente desde 1990. Desde Adam Smith hasta la fecha, explica Puyana, nos hemos enfrentado a un mercado laboral que dista mucho de ser perfecto:
Se ha acelerado la concentración del capital a nivel global auspiciando la fusión de empresas trasnacionales y el dominio de los grandes conglomerados.
· La división internacional del trabajo, que ha concentrado el capital en ciertos países y regiones
· La creciente especialización laboral y debilidad de la movilidad laboral
Estas condiciones, en escalas globales, regionales y nacionales, han anulado la competencia y desbalanceado aún más la oferta dentro del mercado laboral.
Otra de las raíces del deterioro del trabajo es su desnaturalización. Puyana subraya que el trabajador no vende su mano de obra, sino que concede su fuerza laboral y su vitalidad, que no son productos ni objetos. En consecuencia, es necesario distinguir entre la fuerza, vitalidad y creatividad de las y los trabajadores con los objetos, productos, y servicios que los primeros producen. En esta misma línea, argumenta Puyana, se ha arrebatado o pervertido el sentido social del trabajo, desprotegiendo a los trabajadores. Dos claros ejemplos son: el personal médico—que frente a la pandemia deja en evidencia sus condiciones laborales disminuidas durante la privatización y mercantilización de la salud—y el personal de educación básica. Esta fuerza de trabajo es considerada fundamental para el bienestar social, mas sus trabajadores son de los más desprotegidos.
Aunado a este fenómeno, muchas de las políticas económicas y laborales, seguidas en América Latina por bancos centrales, se han guiado por dos principios que hasta la fecha no se han comprobado:
· un nivel óptimo de desigualdad en la distribución de la riqueza, en el cual la desigualdad es suficiente para estimular a la fuerza laboral e incentivar a los capitalistas a la inversión.
· la relación entre desempleo, inflación y crecimiento, bajo la cual debe mantenerse cierto nivel de desempleo para mantener baja la inflación y sostener el crecimiento.
Esta situación ha hecho que los países busquen contener inflación y tasas de cambio aun a costa del desempleo y la precarización laboral.
Riqueza, crecimiento e inserción global: ¿a qué costo?
Desde 1990, América Latina, siguiendo políticas públicas neoliberales ha crecido en términos relativos, pero muy por debajo de su potencial. El incremento de la actividad económica no ha significado mejoras sostenidas en la productividad ni en la creación de empleos de calidad. En buena medida, este problema tiene su origen en la extrema dependencia de la bonanza de materias primas (1990-2008) que generó oportunidades de crecimiento en el continente (las cuales no fueron aprovechadas de forma constante para disminuir la pobreza ni de la desigualdad) pero limitó una mejor inserción en las cadenas globales de valor y, tendencialmente, afianzó el deterioro de los términos de intercambio. En otras palabras: hubo un aumento relativo del PIB, pero los empleos que se generaron fueron menos productivos y peor remunerados (muchos de ellos dentro de sectores poco regulados o en condición de informalidad), acentuando otras desigualdades existentes.
Este diagnóstico arroja un problema en la distribución funcional del ingreso: cada vez es menor la porción de la riqueza se genera por remuneraciones al trabajo mientras aumenta la que proviene del capital. Esto puede entenderse como la precarización laboral y los cambios en la fiscalidad para dar estímulos a los grandes capitales, incluyendo la apertura del mercado. Esta apertura del mercado y la exposición a la competencia externa se tradujeron en políticas que abarataron los costos internos para garantizar mayor competitividad. Esto asfixió el desarrollo balanceado de los mercados internos y la posibilidad de generar inversiones para producir bienes de capital. Como consecuencia posterga indefinidamente las capacidades para agregar valor a la producción. La reducción de costos internos se dio a través del desmantelamiento de la protección al trabajo, la disminución de costos de producción (entre los cuales están los salarios), y la baja de impuestos al capital.
A nivel global, el problema del ingreso en América Latina se incrementa por su tipo de inserción en las cadenas globales de valor. A pesar del gran porcentaje del PIB proveniente de exportaciones, el valor agregado de las mismas es significativamente menor. Esto apunta a una fractura estructural de las economías latinoamericanas, que se han alejado de la agricultura y la industria ocasionando una pérdida de dinamismo y eventual debilitamiento del mercado interno. Así, los empleos se concentran en el sector servicios que, a falta de dinamismo del sector industrial, estimula la proliferación de servicios con bajo valor agregado y precarización laboral. En general, esta orientación hacia el mercado externo ejerce una gran presión por mantener los salarios a la baja para priorizar la competitividad, creando un círculo vicioso que termina por perpetuar las desigualdades por ingreso.
Con este análisis, se vislumbra claramente la relación entre la baja industrialización, la precariedad laboral y las políticas económicas que han afectado a la clase trabajadora en América Latina. Esto, a su vez, germina mayor pobreza y desigualdad en la región a la par de una mayor concentración de riqueza y capital, estrangulando el mercado de trabajo a costa de los derechos laborales. Considerando que los salarios y las redes de protección social en América Latina hacen cada vez más difícil la satisfacción de necesidades básicas, Puyana Mutis sugiere la rehumanización del trabajo, con el fin de reinstaurar la protección del trabajo y fortalecer el mercado laboral, revitalizar la sindicalización para aumentar la capacidad negociadora de la clase trabajadora, desmercantilizar los servicios sociales para garantizar la cobertura de necesidades básicas, así como eliminar la subcontratación precaria y repensar la inserción de las economías latinoamericanas en las cadenas globales de valor.
El análisis presentado por la Dra. Puyana Mutis está plasmado en el Cuaderno de la Transformación titulado "Deterioro y desigualdad del trabajo. Las experiencias latinoamericanas 1990-2017 ", disponible próximamente en este sitio web.
La conferencia completa está disponible, aquí.
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