El estilo político de la generación del baby boom ha llegado a su fin, y los que hoy son jóvenes no están muy dispuestos a participar activamente en las luchas necesarias en torno al orden social. Hace falta una utopía práctica que podría señalar nuevos derroteros. Eso es peligroso, ya que anhelar un golpe de liberación es el caldo de cultivo para los populistas. Por ende, se necesita una amplia alianza transformadora para cambiar el statu quo.
Dondequiera que se mire: reinan los pleitos entre las generaciones. En la campaña electoral en los Estados Unidos los mayores les reprochan a los jóvenes ser narcisistas mimados con aspiraciones exageradas. Y los jóvenes critican a sus mayores por arruinar con su egocentrismo arrogante no sólo su futuro, sino el de toda la humanidad. Una visión que también sostiene el filósofo Tony Judt al imputarles a los gobernantes de la ”generación catastrófica” vagar por ahí sin ninguna conciencia histórica, dejando detrás de sí huellas de destrucción. El polemista de la India, Pankaj Mishra, culpa a esa ”generación jodida” (”crappy generation”) de acabar con el legado de la democracia liberal. De forma provocadora, el autor alemán Wolfgang Gründinger llama “política de dinosaurios” a ese destrozo del futuro por parte de los políticos de la vieja guardia. Las quejas sobre la juventud degenerada, por un lado, y el hedor de los mil años por el otro, son tan viejas como la humanidad misma. Así que no es para tanto, ¿o acaso ahora hay algo más detrás de la trifulca entre las generaciones?
Desde hace años, también en Alemania prevalece la fórmula de cuanto más joven tanto más votante flotante se es. No es raro que los electores novatos compartan en un asunto la postura de un partido; y en otro, la de otro distinto. Los activistas jóvenes tienden a participar más bien en movimientos sociales y redes digitales; o sea, fuera de las estructuras y ofertas como las que establece el sistema de la democracia partidista. Casi parece como si los jóvenes de diferentes partidos tuviesen más en común entre ellos que con los veteranos del propio bando o, mejor dicho, que discuten sobre otras cosas. Ante los conflictos ritualizados que siempre van por los mismos cauces, la juventud ya sólo alza los ojos al cielo. Con cada vez más frecuencia se escucha la queja de que los responsables de tomar decisiones políticas y económicas simplemente no comprenden lo que está sucediendo, por lo que están a punto de fracasar ante los retos de los nuevos tiempos. Hoy en día, se considera que sólo hay unas cuantas personalidades, si acaso, capaces de solucionar problemas. Por algo TODOS los partidos de la sociedad industrial se encuentran en una profunda crisis.
Los conflictos entre las generaciones son el eco de las vertiginosas transformaciones El sociólogo Karl Mannheim ya lo sabía: los conflictos entre las generaciones aparecen con mayor fuerza en tiempos de transformaciones socioculturales vertiginosas, ya que es cuando más se evidencian las líneas de ruptura entre los jóvenes y las generaciones que los anteceden. Mientras que la generación de los mayores sigue aferrada a las experiencias que ha acumulado en el curso de su vida, la juventud rechaza estas viejas fórmulas, porque desde su punto de vista ya no pueden dar respuesta a los retos de un mundo de vida que cambia rápidamente. Es decir, los procesos de transformación aceleran los conflictos entre las generaciones, y precipitan el desplazamiento de los discursos dominantes y los estados de conciencia. Y de hecho vivimos en un tiempo de transición: entre el capitalismo financiero y el capitalismo digital, entre la sociedad industrial y la sociedad de la información digital, entre la era de las energías fósiles y la de las renovables, entre el Estado-nación con una democracia representativa y… pues ¿qué?
Ahora, la crisis causada por estas transformaciones está politizando una generación que se había acomodado durante mucho tiempo en los nichos de su mundo de vida inmediato. Pero frente a las crisis y guerras sucede que hasta en los jardincitos de los barrios y en las empresas de los hipster queda cada vez más claro que democracia y bienestar no pueden heredarse, sino que siempre hay que volver a dar la lucha. Queda la pregunta de si de esta nueva concientización puede surgir la disposición de participar en las luchas por el orden social.
El miedo, la falta de orientación y la parálisis determinan la conciencia social Hasta ahora no ha habido amplias movilizaciones de las generaciones más jóvenes. Más bien son la sensación difusa de amenaza, el malestar cultural y la falta de orientación en general los factores que están determinando la conciencia social. Ante la incapacidad de comprender la crisis en su totalidad, falta el gran proyecto que podría señalar el camino por seguir. Eso es peligroso porque anhelar un golpe de liberación prepara el caldo de cultivo para el hombre fuerte, quien promete dominar la Gran Crisis empleando soluciones simples. Es un hecho que los populistas y demagogos están avanzando en todas partes. Por algo se escucha el eco de los años 1930. Preocupación, falta de orientación y parálisis son síntomas típicos de la Gran Transformación. Lo viejo se muere y lo nuevo aún ni se puede percibir, concebir o comprender. Cualquier revolución de la base económica conduce a una reestructuración del orden social, cultural y político. Sea cual sea el orden político de la sociedad digital, será notoriamente diferente del orden de las sociedades industriales, de ahí que no deba sorprender que los nacidos en la era digital se sientan forasteros en el paisaje político de la era industrial en agonía. Las rencillas en torno a los problemas concretos de la política cotidiana, los rituales anquilosados no ofrecen ni respuestas ni orientación. ¿Debemos estar en contra de qué? ¿Por qué cosa queremos luchar?
Lo que hace falta es un debate sobre el rumbo y las estrategias. Necesitamos un marco de interpretación en lo que atañe al gran conjunto. Y para eso debemos plantearnos dos preguntas fundamentales: ¿las crisis son diferentes fenómenos o los síntomas de una gran crisis sistémica? y ¿podrán resolverse dentro del viejo paradigma o necesitamos un cambio de ruta radical? Y cuando fracasan los sistemas anteriores, ¿en qué tipo de alternativas podemos pensar? En realidad, las crisis paradigmáticas no son nada nuevo. Las sociedades suelen entrar con cierta periodicidad en crisis, de las que ya no pueden salir recurriendo a las fórmulas conocidas. En teoría se sabe lo que debe hacerse: para salir de un callejón sin salida, hay que cambiar la ruta del desarrollo. En la crisis actual eso significa adaptar el orden existente mediante una serie de reformas disruptivas a las necesidades de la economía digital, de los límites planetarios y de la sociedad mundial que está surgiendo. Sin embargo, a las viejas sociedades industriales les cuesta introducir cambios en lo que se refiere al rumbo político. Las equivocaciones totalitarias del siglo XX han apaciguado bastante el entusiasmo por las revoluciones políticas. Pero tampoco el estilo político incremental y tecnocrático de la generación del baby boom sirve para lograr un verdadero cambio de rumbo. Los tecnócratas entienden por reformas resolver problemas concretos, mismos que deben analizarse de manera racional para luego abordarlos uno tras otro. No obstante, las reformas son el resultado de luchas por el poder entre quienes sacan provecho del statu quo y quienes propugnan por un cambio. Por ende, no sorprende que, en vista de las correlaciones de fuerza sociales, las soluciones que se propagan como “sin otra alternativa” no sean más que variaciones dentro del mismo paradigma dominante. Lo que hace falta es una estrategia para encontrar una forma democrática de llevar a cabo los procesos de transformación.
Necesitamos una estrategia democrática para llevar a cabo la transformación Si acaso, las innovaciones vienen de las orillas: desde las empresas emergentes disruptivas de la industria digital hasta los, no menos disruptivos, lanzamientos de la política. Ahí, donde fallan los Estados y el gran capital por ejemplo, en la política del cambio climático hay pioneros hábiles que nos muestran cómo puede revolucionarse el suministro de energía mediante las nuevas tecnologías. O cómo las nuevas narrativas pueden disolver los viejos opuestos y crear nuevas alianzas sociales para el cambio. De aquí que la campaña de Bernie Sanders se ubique dentro del contexto del movimiento Occupy Wall Street y recoja el eslogan ”Somos el 99 por ciento” para así conformar una alianza arcoíris mucho más amplia de la que se hubiera podido lograr partiendo de una plataforma socialdemócrata. O sea, innovarse es posible, pese a toda la rigidez de los sistemas. Pero, ¿basta con esas innovaciones para reorientar las sociedades en su conjunto?
En cambio, en los subsistemas de la ciencia y la economía ya se han formado instituciones más apropiadas para emprender los cambios de rumbo. Los paradigmas científicos cambian una vez que sean reconocidos dentro de los rigurosos códigos académicos por una amplia mayoría de la comunidad científica. En el sector económico son las innovaciones tecnológicas y organizativas que impulsan los cambios paradigmáticos. Dado que los mercados son empujados por esperanzas y temores, las “historias de crecimiento” es decir, las narraciones acerca de un mejor futuro desempeñan un papel central en el momento de asignar los recursos. De manera que también aquí hay un discurso que adquiere una función de control al guiar las decisiones de una masa crítica de inversionistas.
Asimismo, en la política pueden observarse los primeros intentos para impulsar reformas disruptivas por medio de un desplazamiento de los discursos paradigmáticos. Examinemos, por ejemplo, el cambio energético en detalle. Es evidente que los desafíos existenciales del cambio climático ya no pueden solucionarse con las viejas fórmulas de la política fósil, por lo que se trata de una crisis de los paradigmas. En el paradigma que prevalecía hasta ahora, se consideraba que el crecimiento y la protección del medio ambiente eran opuestos. El temor a que la protección del medio ambiente pudiera amenazar la competitividad y, con ello, los empleos, impidió durante décadas que surgiera una amplia alianza por un cambio de rumbo en la política energética. Con la “Cuarta Revolución Industrial” ahora hay una nueva narrativa que ha disuelto esta vieja contradicción. Es decir, con el nuevo paradigma del crecimiento verde, el medio ambiente y el crecimiento ya no son antagónicos, sino uno condiciona al otro. Desde que la revolución de los sistemas energéticos fue declarada prerrequisito para desencadenar un nuevo ciclo de crecimiento, una amplia alianza en torno a este discurso celebra el cambio energético como esperanza y están surgiendo nuevas coaliciones de actores que lo impulsan vehemente. En Alemania resulta que estos impulsores son justamente los aliados políticos de la industria nuclear y carbonera.
Mediante una encíclica el Papa declaró a la iglesia católica precursora de la transformación verde. Desde que el banco conservador Bank of England advirtió a sus inversionistas institucionales de los peligros de la “burbuja de carbono”, son incluso los mercados de capitales los que se encaminan hacia el abandono de la energía basada en el carbono. Los grandes consorcios energéticos se van deshaciendo de su parque de centrales eléctricas fósiles. El consorcio italiano Enel lo anunció junto con la organización ambientalista Greenpeace. Tan sólo hace algunos años eso hubiera sido impensable.
Hoy todo indica que el cambio generalizado de los discursos dominantes conducirá a que los actores centrales empiecen a cambiar sus estrategias de acción. Ajustes similares de los discursos dominantes pueden observarse en las áreas de la desigualdad social, las uniones entre personas del mismo sexo, así como en los mercados financieros y la política en materia de drogas. También en torno a estos temas las posturas de los jóvenes difieren sustancialmente de las de sus mayores. Surgen alianzas entre los discursos que empujan hacia un cambio de rumbo. Los ejemplos muestran cómo un nuevo discurso dominante puede generar un nuevo orden en lo que se refiere a alianzas sociopolíticas, que juntas tienen la fuerza de abandonar el callejón sin salida compuesto por paradigmas que han fracasado. Por lo tanto, vale la pena examinar cuidadosamente el contexto entre los discursos, las generaciones, las alianzas y la transformación política. No es por nada que las teorías de los marcos conceptuales políticos encuentren buena acogida entre los estrategas jóvenes como es el caso de la neurocientífica Elisabeth Wehling o de la organización alemana Denkwerk Demokratie. Pero pese a su evidente éxito, los veteranos de la política siguen recibiendo este nuevo enfoque discursivo con ciertas risas escépticas.
Y es precisamente ese giro discursivo el que ha llevado al silencio entre las generaciones De ninguna manera los conflictos entre las generaciones radican únicamente en las diferentes experiencias de vida, sino también en distintos marcos en cuanto al conocimiento, que vienen siendo los lentes a través de los cuales percibimos, interpretamos y ordenamos el mundo. El enmudecimiento entre las generaciones es, irónicamente, la consecuencia del giro copernicano, que ha colocado el lenguaje en el centro de nuestro universo. Nadie ha puntualizado el giro lingüístico de forma tan bella como Ludwig Wittgenstein: ”Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. De esa manera anticipó los hallazgos revolucionarios de la investigación cerebral y lingüística, que revelaron que sólo podemos comprender el mundo que nos rodea al ordenarlo conforme a los marcos (frames) de referencia lingüística.
Pero el lenguaje no es un medio neutro, sino un constructo social, cargado de valores, conceptos y significados. En otras palabras, no podemos percibir el mundo sin que entren los valores, sino que ya en el acto de la percepción se activan los marcos de la interpretación en el cerebro, que analizan, ordenan y valoran los presuntos hechos. No hay que ser gramsciano para advertir que la soberanía interpretativa relativa a los conceptos constituye un inmenso recurso de poder: quien pone el marco interpretativo sugiere de esa manera “lo que es” y “lo que debe hacerse”, de modo que el lenguaje se convierte en el instrumento central, tanto para justificar como para desafiar el orden social. Pero eso no más confirma lo que los pontífices, ministros de propaganda y asesores políticos dedicados a manipular la información (spin doctors) saben desde hace siglos: nuestro lenguaje es la puerta de entrada para la ideología. Mirándolo a través de los nuevos lentes, el mundo cambia. Los conceptos ya no están grabados en piedras, sino se vuelven difusos, ambivalentes y sujetos a nuevas interpretaciones. Cuando cada experiencia está mediada por el lenguaje, ya tampoco hay intereses “objetivos”, sino sólo definiciones subjetivas de los mismos. La historia es la interpretación del pasado en la que puede convenir la sociedad de hoy en día. Ya no hay una sola verdad eterna, sino coexisten diversos mundos discursivos.
Desde luego, semejante concepción relativista del mundo hace aparecer toda una legión de opositores. Para los materialistas, positivistas y cientificistas el parloteo en torno a narrativas, mitos e identidades no es más que verborrea. Los activistas de la vieja guardia empiezan a marearse cuando aparecen nuevos marcos conceptuales que remiten a conceptos ya establecidos. Y los defensores de la ilustración responsabilizan de una vez por todas a la posmodernidad del declive de la cultura política: quien siembra el desprecio por los hechos, cosechará Trump y Cía.
El eco de esos debates epistemológicos cimbra hoy en el silencio entre las generaciones, aunque la confrontación entre éstas no tiene rasgos tan irreconciliables. Hace tiempo que los jóvenes se han despedido de los excesos nihilistas de los deconstructivistas y reconocen la necesidad de tener valores, utopías e instituciones. No consideran la lucha por la soberanía interpretativa como un fin en sí, sino como un medio útil para formar alianzas sociopolíticas. A la inversa, uno que otro estratega de campañas electorales se está dando cuenta que los electores a diferencia de los grupos focales no son variables estadísticas para las que pueda idearse el mensaje perfecto mediante encuestas de opinión. Por ende, el legendario centro de la sociedad no es un lugar fijo, sino siempre el resultado de las luchas interpretativas. Incluso los tecnócratas empedernidos admiten que las sociedades diversificadas, descentralizadas y pluralistas de hoy en día ya no pueden gobernarse con el sistema operativo jerárquico, centralista y universalista de ayer. La lógica funcional de la sociedad industrial fijar normas universales ya no encaja con las necesidades de los nichos de la economía digital, además de que una sociedad compuesta de mundos de vida multicolor la rechaza cada vez más. De ahí que en vez de que se gobierne hasta el último rincón de la sociedad mediante reglamentos sobre la curvatura de los pepinos, debería concederse mayor autonomía a los subsistemas sociales para que puedan conformar sus mundos de vida. En resumen: a través de las generaciones crece la convicción de que necesitamos nuevas formas de organización política para crear la sociedad del mañana.
Construcción transformadora: una estrategia democrática para la sociedad del mañana Es la sociedad más pluralista, descentralizada y diversificada del mundo la que hoy está ensayando una nueva filosofía de gobernar. Barack Obama entiende por construcción de transformaciones sociales el proceso de reunir los subsistemas sociales en una ruta de desarrollo común. La construcción política significa entones formular un objetivo común, que puede ser una base afín para una alianza heterogénea de grupos sociales. No es tarea fácil, dado que los grupos sociales tienen diferentes intereses, identidades y prioridades. Y cuanto más diversificadas y pluralistas se vuelven nuestras sociedades, tanto más cuesta encontrar plataformas comunes. Con los métodos de “no hay alternativa”, por los que aboga la tecnocracia es imposible abordar esa empresa. Los grandes partidos populares de la sociedad industrial han resuelto esta labor amarrando un paquete de programas, que contenía algo para cada grupo y cuidando de no asustar demasiado a algún otro. Sin embargo, frente a las resistencias que son de esperarse, una coalición transaccional así, que sólo llega a establecer un mínimo denominador común, es demasiado frágil si se quiere emprender el cambio de ruta necesario.
Si se busca cambiar el statu quo es menester crear una amplia alianza transformadora, misma que no puede construirse a partir de acuerdos en el aquí y ahora. De ahí que sea mejor formular una visión de cara al futuro compartida por los más diversos grupos sociales. Las nuevas ideas sobre cómo podría ser ese futuro cambian también las expectativas en torno al rumbo que tomará el viaje; y estas nuevas expectativas sobre la ruta del desarrollo conducirán, a su vez, a la revaloración de las oportunidades y los riesgos del propio actuar. Cuando los actores comienzan a redefinir sus intereses, se abren nuevas posibilidades para formar alianzas políticas. Es por eso que la visión de un mejor mañana constituye un instrumento importante por lo que se refiere a la movilización política. No obstante, esta utopía práctica no deberá convertirse en un espejismo, sino describir el lugar estratégico donde convergen los intereses reivindicados por los grupos sociales relevantes. Sin embargo, para formar una coalición transformadora se necesitan unos cuantos ingredientes más: en primer lugar, una narrativa que describa de manera creíble cómo poner en práctica esta visión de un mejor mañana. Por otra parte, esta narración no deberá ser algún cuento feliz, sino precisar de qué manera las fuerzas motrices económicas, tecnológicas, sociales y culturales transforman la sociedad, preparando así el terreno para un futuro alternativo. Asimismo, el relato deberá explicar por qué lo fácticamente posible es, a la vez, lo moralmente correcto. Eso implica lograr que los hechos puedan percibirse en el plano emocional usando como referencia experiencias, leyendas y mitos históricos. Al fin y al cabo, se trata de establecer un nuevo discurso conductor, que armonice y reúna las percepciones, interpretaciones y expectativas de los distintos grupos.
Además se necesitan proyectos catalíticos para traducir el discurso en acciones políticas concretas. Estos proyectos tienen la finalidad de desencadenar las fuerzas motrices de la transformación estructural; a saber: educación, crecimiento, redes, tecnología, entre otros. Los proyectos prácticos constituyen, al mismo tiempo, los puntos de partida para emprender cooperaciones concretas entre los actores sociales. Integrados en la narrativa de un mejor mañana, son los proyectos catalíticos que conforman el núcleo de una coalición transformadora. La utopía práctica define un objetivo al que pueden acogerse los grupos sociales y el compás discursivo señala el camino para lograrlo. Los proyectos catalíticos son lugares en donde los actores pueden unirse y luchar juntos por un mejor futuro. Si a partir de este núcleo se logra crear una amplia coalición transformadora, las perspectivas para introducir las reformas necesarias también en la sociedad en su conjunto son buenas.
Por lo tanto, la construcción transformadora significa cambiar en lo político las correlaciones de fuerzas existentes con base en una alianza social heterogénea en pos del cambio. Conforme nuestras sociedades se disgregan cada vez más en diversos mundos de vida, tanto más importante es encontrar un marco común, que no sólo mantenga unida la sociedad, sino que la empodere para perseguir un objetivo común. Este mensaje no puede consistir en una mezcolanza de políticas puntuales, pero tiene que ser una narrativa sobre un mejor futuro para todos. En suma, ha llegado la hora de reavivar las antiquísimas técnicas políticas que se basan tanto en las utopías y los mitos como en la solidaridad y la creación de alianzas. La construcción transformadora es más fácil para los que se han criado en los tiempos posteriores al giro discursivo. Ante los acuciantes retos en lo que se refiere al clima, las guerras y las crisis, eso no será posible sin que los miembros de la generación del baby boom actúen en los centros del poder, de modo que urge superar el silencio entre las generaciones. En vez de insultarse, hay que hablarse. El tema: la construcción de la sociedad del mañana.
De: Marc Saxer Traducción del alemán: Dorothea Hemmerling Marc Saxer es representante de la FES en India y coordinador del proyecto Economy of Tomorrow.
Yautepec 55, col. Condesa C. P. 06140, Ciudad de México
+52 (55) 55535302+ 52 (55) 52541554e-mail
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