Reiner Hoffmann, el presidente de la Federación Alemana de Sindicatos, exige un programa de inversiones que lleve a la Unión Europea hacia un futuro justo y climáticamente neutro.
Desde la crisis económica y financiera, la Unión Europea (UE) se encuentra en un modus operandi equivalente a «manejar con precaución». En 2008, la cohesión económica de los Estados miembro de la UE conoció un final abrupto, lo cual repercutió gravemente en los empleados de Europa. Los salarios reales se han ido estancando o tienen un déficit. Por otra parte, los Estados van perdiendo su fuerza creativa. Tan solo en Alemania se calcula que los costos del rescate del sector financiero se elevan a 68 mil millones de euros para el sector público. La Deutsche Bank Research estima que debido a la crisis, el PIB mundial se ha ido reduciendo en 4 billones de dólares.
El aumento del desempleo y la divergencia en la evolución de los salarios llevan a una creciente fragmentación de la sociedad en los Estados miembro. Un pequeño porcentaje de multimillonarios se enfrenta a un ejército de empleados en condiciones precarias. Pero la neutralidad climática y la transición y eficiencia energéticas suponen altos costos, mismos que no pueden ser asumidos por los empleados en estas condiciones. En Europa, ya un 40 % de las relaciones laborales se consideran precarias.
Según las encuestas, un 30 % de los alemanes siente que los partidos políticos clásicos los abandonan o no los representan, por lo cual dejan de votar. En Francia, el movimiento «chalecos amarillos» se está convirtiendo en un nuevo desafío para los sindicatos y partidos políticos. En Italia, los partidos populistas de izquierda y cada vez más los de derecha gozan de un apoyo nunca antes visto por parte de los electores que protestan contra la política de austeridad de la Unión Europea. Debido al modo de crisis de la UE se le ha dado poco espacio a la política social y de cambio climático en la agenda política de la UE.
Sin embargo, los hechos científicos están claros: El modelo económico actual llegará a sus límites planetarios en un futuro cercano. Pero el problema político del cambio climático es la relación causa-efecto a largo plazo. Las medidas de mitigación no llevan a una mejora inmediata de la situación. La omisión de la mitigación tampoco tiene consecuencias que se puedan constatar directamente, sino que estas llegan con desfase de tiempo. Este hecho complica la actuación política y afecta sobre todo a las generaciones futuras. El movimiento Fridays for Future puede convertirse en detonante de un cambio radical: A principios de marzo de 2019, un millón 200 mil jóvenes (300,000 en Alemania) salieron a la calle a reclamar algo tan sencillo como su derecho al futuro.
La agenda estratégica de la UE para el periodo 2019 a 2024 brinda la base para lo anterior: Al concepto de la UE como mercado común, basado en el Estado de derecho y la competitividad, se le agrega una nueva prioridad del mismo valor con la «construcción de una Europa climáticamente neutra, verde, justa y social». Se habla de la transición hacia una economía amigable con el clima, de una amplia movilización de inversiones privadas y públicas, de la aceleración de la transición hacia las energías renovables y del incremento de la eficiencia energética. A la vez no se olvida lo importante que es acompañar y apoyar las comunidades y al individuo.
La implementación del Pilar Europeo de los Derechos Sociales pretende garantizar una protección social adecuada y el carácter inclusivo de los mercados laborales, promover la cohesión y asegurar la accesibilidad al sistema de salud. Además, se designó como tarea más urgente el combate a las desigualdades que afectan sobre todo a los jóvenes.
Se podría criticar que la política social y de cambio climático se aborden juntas en un mismo punto. Desde el enfoque sindical, esta relación es necesaria, ya que una política ambiciosa de cambio climático supone un cambio radical de las industrias tradicionales clave como en la industria energética o en la producción automotriz. Cambiarían los modelos de negocio y habría nuevos actores en el mercado mientras que algunos viejos desaparecerían. Este cambio estructural solo podrá tener éxito si lo diseña un Estado fuerte y si los empleados y ciudadanos tienen la posibilidad de participar en este diseño. La decisión de Alemania de abandonar el carbón para generar energía (Kohlekompromiss) brinda un ejemplo de lo que significa tal cambio estructural para un sector económico y cuáles son los esfuerzos necesarios.
El informe del gremio encargado, la «Comisión del Carbón», recomienda lo siguiente: Movilizar fondos estructurales de 40 mil millones de euros en los próximos 20 años, por ejemplo para crear infraestructura nueva y fomentar la economía para atraer empresas innovadoras que a su vez creen empleos nuevos y dignos. Además, se nivelarán pérdidas de ingresos, se organizarán capacitaciones y se compensarán los efectos del precio de la electricidad. Si se llega a implementar el informe de la «Comisión del Carbón» se pretende que todo esto se organice con la participación de los sindicatos en el respectivo lugar y se acompañe por convenios colectivos.
Si no le damos un nuevo rumbo a la industria es probable que nos encaminemos hacia un calentamiento global de entre tres y cinco grados centígrados. Entre otros factores esto se debe a que el crecimiento económico de más del 1.9 % destruye la reducción de los gases con efecto invernadero (GEI). Actualmente, el PIB global tiene un crecimiento del 3%. Por consiguiente, limitar el calentamiento global a menos de dos grados no es compatible con una economía enfocada únicamente al crecimiento.
Por lo tanto, si no detenemos el cambio climático, aparecerán las llamadas «zonas de la muerte», zonas tan calurosas que las personas ya no podrán sobrevivir allí sin protección tecnológica. Un ejemplo es Brasil: La negación de esta situación de parte del presidente brasileño equivale a optar conscientemente por el propio hundimiento. Pero esta realidad significa también que la humanidad tendrá que enfrentarse cada vez más a los movimientos migratorios, ya que las zonas de muerte quedan inhabitables.
«El capitalismo está en un callejón sin salida», fue la formulación corta y precisa de Bruno Le Maire, ministro francés de Hacienda. El debate va alrededor del estado del capitalismo y la capacidad del mercado de satisfacer las necesidades colectivas. Tiene que haber un cambio profundo en nuestra manera de hacer economía y en nuestra concepción de bienestar y crecimiento. Se requiere una transición económica, lo cual significa también una disminución de la producción anual y una limitación del consumo.
Así que ¿austeridad y pobreza voluntaria en lugar de crecimiento del PIB? Un empleado del banco central estadounidense dio una síntesis acertada del problema: «El crecimiento es sustituto de justicia». Políticamente es un desafío mucho mayor distribuir lo que tenemos de manera más justa que negar el cambio climático y explotar el medio ambiente.
Por lo mismo, la pregunta que se plantea es la siguiente: ¿Puede la justicia ser sustituto de crecimiento? Una transición económica requiere una política valiente, es decir, recortes para los ricos, la eliminación de la creciente desigualdad en los ingresos y trabajo digno en lugar de precario.
Para lograrlo, hay que hacer más que definir metas. Se necesitan leyes europeas con medidas ambiciosas para todos los sectores. Porque desde ahora se ve claramente que ni siquiera la visión de la Comisión Europea para 2050 (una reducción de las emisiones de GEI en un 40 %) es suficiente para alcanzar las metas de París. La Confederación Europea de Sindicatos propone un 55 % de reducción de las emisiones de GEI hasta 2030. Una de las exigencias de la Federación Alemana de Sindicatos es incrementar la eficiencia energética en un 40 % en toda la Unión Europea hasta 2030.
No obstante, semejantes metas tan ambiciosas tienen que ir de la mano con un cambio justo, una Just Transition. Por ello, los dos pilares mitigación y responsabilidad social tienen que estar a la misma altura. Las condiciones para lograrlo son la seguridad de abastecimiento y unos precios energéticos accesibles, al igual que una política industrial sustentable basada en innovación e inversiones, en lugar de la desindustrialización de Europa.
A tal efecto hay que dotar al sector público de los recursos financieros suficientes. La Comisión Europea destaca en su visión «un planeta limpio para todos» que hay que invertir el 2.8 % del PIB para lograr una economía climáticamente neutra. Esto equivale a alrededor de 520 a 575 mil millones de euros al año. Según estimaciones del Tribunal de Cuentas Europeo, se necesitarán inversiones anuales de 1.115 billones de euros entre 2020 y 2030 para alcanzar los objetivos 2030 de la UE, sobre todo en el sector de tránsito, vivienda y servicios. Estas inversiones no se pueden llevar a cabo con una agenda ejecutiva como usualmente se hace. Por consiguiente, la Confederación Europea de Sindicatos invita al Consejo Europeo a armar un paquete sobre financiamiento de cambio climático que permita efectuar inversiones masivas en el saneamiento energético de edificios, ferrocarriles y energías alternativas.
Esto solamente se podrá pagar si se mejora el lado de los ingresos y se les hace participar a los ricos en los costos de la transformación mediante la introducción de un impuesto sobre transacciones financieras y el combate a la corrupción y paraísos fiscales, para que las empresas globales asuman sus compromisos fiscales y se restrinjan las desigualdades. Según estimaciones del Parlamento Europeo, el sector público pierde entre 50 y 70 mil millones de euros al año, hasta llegar a la suma de 190 mil millones de euros. La introducción de un impuesto digital y uno mínimo son enfoques innovadores que prevén gravar el volumen de ventas de la economía de plataforma, ya que en este caso hasta ahora falta el punto de arranque de la existencia física en un país.
Todas estas medidas presuponen una cosa: Una estrategia europea ambiciosa basada en requerimientos vinculantes que habrá que alcanzar en un futuro cercano. Las actuaciones individuales de los países para lograr una transformación económica justa y climáticamente neutra no sirven de nada. Una negación del cambio climático al estilo del presidente estadounidense Donald Trump que por lo mismo se salió del acuerdo de París, o como argumento del presidente brasileño Bolsonaro para la tala de la selva del Amazonas equivalen a una destrucción premeditada del futuro.
Sobre el autor:
Reiner Hoffmann es el presidente de la Federación Alemana de Sindicatos.
*Este artículo fue publicado originalmente en alemán en Internationale Politik Gesellschaft - Journal (IPG-Journal). Traducción al español de Anne Sieberer.
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