Cuatro razones por qué deberíamos celebrar el Acuerdo Climático de París.
Fue dura la lucha para lograr un nuevo acuerdo climático en París. Apenas secadas las lágrimas de alegría y fatiga, comenzaron los debates sobre redacciones vagas y posibles lagunas. Lo cierto es que la conferencia climática fue un éxito. A quién el cansancio todavía no le ha permitido brindar por ello, he aquí cuatro razones para hacerlo ahora: Un llamado a emprender la descarbonización lo más pronto posible
No cabe duda que uno de los logros más importantes de París es la definición de un objetivo factible a largo plazo. Lo que se debatió mucho fue la cuestión sobre si debía mantenerse el aumento de la temperatura media global en un máximo de 2 grados centígrados o si más bien deberían ser 1.5 grados, tal como lo exigieron sobre todo los países más pobres y vulnerables. Al fin, la comunidad de Estados acordó un aumento muy por debajo de los 2 grados, vinculante y contractualmente estipulado, incluyendo la observación de que es necesario esforzarse para alcanzar el objetivo de 1.5 grados con el fin de proteger al mundo de las consecuencias del cambio climático. Mirándolo fríamente, la meta en cuanto a la temperatura no significa mucho en sí misma. Sin embargo, junto con el objetivo de mitigación estipulado en el artículo 4 del Acuerdo de París, que exhorta a alcanzar la neutralidad en las emisiones de gases de efecto invernadero lo más rápido posible –es decir, llegar lo más pronto que se pueda al punto máximo de emisiones de gases de efecto invernadero y a partir de ese momento reducirlas– y la exigencia de encauzar los flujos financieros hacia modelos de desarrollo con bajas emisiones de carbono, estos enunciados –que a primera vista parecen poco espectaculares– se convierten, de hecho, en un llamado a emprender la descarbonización global tan pronto como sea factible. De ahí se puede inferir uno de los mayores logros de París: la era de los combustibles fósiles está llegando a su fin. Si se quieren alcanzar los objetivos que se han fijado los propios Estados en el texto del acuerdo, es imprescindible abandonar las energías fósiles paulatinamente.
Otro resultado importante fue haber establecido un mecanismo público para revisar las contribuciones nacionales a la protección del clima. A partir de ahora, cada cinco años los Estados deben controlar sus contribuciones determinadas a nivel nacional (NDCs, por sus siglas en inglés) y actualizarlas hacia arriba basándose en el criterio de la “progresión”, como lo estipula el artículo 3 del Acuerdo de París. Aunque siguen siendo compromisos propios para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, con el marco de control establecido conjuntamente se ha creado un sistema que obliga a los gobiernos a justificar sus esfuerzos. De ese modo puede ejercerse presión política para que se adopten medidas, poniendo en evidencia a los responsables de las políticas gubernamentales. Los actores de la sociedad civil podrán usar esta presión para lograr que aumenten los niveles de ambición de las metas nacionales relativas a los objetivos de la protección del clima. Aquí cabe admitir que queda un sabor amargo: no es sino hasta 2020 cuando los países habrán de presentar las contribuciones determinadas a nivel nacional revisadas para el quinquenio que termina en 2025. En el mejor de los casos, así se gana tiempo para agregar adaptaciones ambiciosas voluntarias a los objetivos en lo referente a la protección del clima y hacer las correcciones pertinentes. En el peor de los casos, al llegar a esa fecha no habrá sucedido nada o no lo suficiente. A este respecto urge hacer ajustes, dado que es imposible lograr el objetivo de los 2 grados con las actuales contribuciones determinadas a nivel nacional. Eso aplica también para el marco común de transparencia, que hasta la fecha todavía no está bien definido.
Después de años de arduas negociaciones, por fin se incluyeron en el artículo 8 del Acuerdo también las pérdidas y los daños causados por el cambio climático. Con ello se logró responder a una exigencia fundamental de muchas ONGs, que defienden sobre todo a los Estados más pobres y vulnerables. Por ejemplo, se establecieron medidas para mitigar catástrofes humanitarias relacionadas con el cambio climático, como sistemas de alerta temprana o la gestión de riesgos. Si bien es cierto que cualquier derecho de exigir responsabilidad y compensación quedó explícitamente excluido, este gesto de solidaridad con los Estados más pobres y vulnerables es de gran importancia. Al incorporar ese punto en un acuerdo internacional, en los años venideros se intensificará la presión política para que se emprendan acciones también en dicho ámbito.
Pero la razón más importante por la que el Acuerdo de París es un éxito radica en cómo surgió. Es la primera vez que una señal tan trascendental como el incipiente fin de la era de los combustibles fósiles emana conjuntamente de todos los Estados Parte en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Todo los Estados participantes han dado su consentimiento a un texto para mejorar la protección internacional del clima, mismo que han elaborado en un proceso de negociaciones multilaterales: tan solo con eso basta para considerarlo, desde el punto de vista político, un éxito en una época que vio nacer tratados como la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (ATCI) y el Acuerdo Integral de Economía y Comercio (CETA, por sus siglas en inglés) y demuestra que el multilateralismo vive y que está en condiciones de llevar sus postulados a la práctica. En los próximos año, el Acuerdo de París podrá servir de base válida para que en caso de que no se alcancen, por ejemplo, los objetivos nacionales relativos a la protección del clima, eso sería considerado por la opinión pública como un fracaso político público. A los gobiernos se les medirá por el éxito obtenido para alcanzar el objetivo de los 2 grados. Ahora estarán expuestos a la presión “desde abajo”, ejercida por sindicatos, partidos, ONGs y la ciencia, basada un contrato elaborado en el ámbito multilateral y jurídicamente vinculante.Con todo y los logros positivos, el acuerdo climático de París no significa que haya motivo para bajar la guardia automáticamente. En algunos ámbitos, sobre todo en lo referente al tema de los financiamientos para hacer frente al cambio climático, será imprescindible hacer correcciones para concretar lo estipulado. Tomando en cuenta las inminentes transformaciones a las que nos enfrentamos para lograr una protección climática efectiva y global, será necesario que todos los involucrados desplieguen sus máximos esfuerzos. Y que eso no es un proyecto imposible lo muestran los numerosos compromisos voluntarios y confirmaciones de inversión, como el apoyo a la Iniciativa Africana de Energías Renovables (AREI, por sus siglas en inglés) con 10 mil millones de dólares estadounidenses con el fin de fomentar una mayor utilización de energías renovables en África o la iniciativa del G7 de seguros contra los riesgos climáticos. París es un paquete integral que establece un marco de acción que, al ejecutarse de manera ambiciosa, proporcionará una base viable para limitar de forma efectiva las consecuencias del cambio climático.
Por: Manuela MattheßEste artículo fue publicado el 30.12.2015 en alemán en la revista IPG Internationale Politik und GesellschaftTraducción: Dorothea Hemmerling
Manuela Mattheß es Coordinadora del Departamento de Política y Desarrollo Global de la Friedrich-Ebert-Stiftung en Berlín. Antes fue Asistente de Proyecto en la FES en Senegal y jefa en la División de Europa Central y del Este.
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